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Intervención externa y bandas cambiarias: un equilibrio delicado en Argentina
por Octavio Chaparro

23 de octubre de 2025



Tras un ciclo sostenido de alza en la cotización mayorista del dólar argentino, el reciente retroceso marca una pausa que conviene analizar con detenimiento. En el contexto actual, la combinación de un régimen de bandas cambiarias y la participación activa de actores externos revela una estrategia híbrida para contener la presión sobre el tipo de cambio. El hecho de que la moneda local haya cedido terreno en una jornada por primera vez en varias ruedas no es un dato menor: refleja una maniobra cuyo alcance va más allá de la pura “calma” de mercado, e implica decisiones de política cambiaria de fondo.

El mecanismo consiste en una banda de flotación administrada que establece un techo para el tipo de cambio mayorista, medida clave ante la persistente demanda de dólares. En el marco de esa banda, la intervención desde el exterior —especialmente por un Estado extranjero— en el mercado de divisas adquiere protagonismo. La operación reportada, consistente en la venta de decenas de miles de millones de dólares con el objetivo de aliviar la presión cambiaria, resulta inusual en magnitud y origen, y pone de relieve la interdependencia financiera entre economías.

La existencia de un “techo” dentro de la banda actúa como ancla de expectativas, dando una señal al mercado de que no se eliminará la supervisión del tipo de cambio aunque la regla formal sea la flotación. Al mismo tiempo, la intervención externa refuerza esa señal, enviando un mensaje de que los riesgos de quiebre del esquema son tomados en serio por los actores con capacidad de aporte de divisas. Las cifras estimadas de esta acción sugieren una operación de gran escala, que permitió frenar un avance adicional de la cotización.

Sin embargo, este freno no implica que los desafíos hayan desaparecido. El hecho de que se recurra a recursos externos para contener el tipo de cambio indica, por un lado, la debilidad estructural frente a la demanda de divisas y, por otro, los límites de la política cambiaria doméstica para responder únicamente con reservas propias. La intervención también plantea interrogantes: ¿qué sucede cuando esos recursos externos dejan de estar disponibles? ¿cómo se prevé la transición hacia un régimen menos dependiente de apoyo externo?

En Argentina, el contexto electoral añade un factor adicional de tensión. En periodo pre-comicial, la demanda de dólares tiende a incrementarse, a medida que los agentes económicos buscan protegerse de escenarios inciertos. Esa presión, sumada a una inflación persistente y un entorno macroeconómico complejo, obliga al Gobierno a no confiar únicamente en el efecto de la política monetaria tradicional. La venta de divisas externas aparece entonces como un suplemento —aunque no solución definitiva— para ganar tiempo, estabilizar expectativas y evitar un salto abrupto del tipo de cambio que podría desencadenar una reacción en cadena sobre precios, salarios y ahorros.

El uso de bandas cambiarias, combinado con intervenciones, sugiere un camino de transición: conservar el ancla cambiaria mientras se fortalece lentamente la capacidad interna de absorber shocks externos. En ese sentido, es fundamental vigilar cómo evoluciona la acumulación de reservas, la magnitud del déficit por cuenta corriente, la fuga de capitales y la confianza de los inversores. Un esquema que basa su éxito en apoyo externo no es infinita­mente sostenible. Por lo tanto, las decisiones que se tomen ahora tienen implicaciones estructurales más allá de la coyuntura.

Por último, la comunicación oficial hace hincapié en que no habrá cambios en el esquema —mensaje relevante en sí mismo porque busca consolidar previsibilidad—, pero la estabilidad de ese mensaje depende de la consistencia del plan económico global, que abarca la política fiscal, la emisión monetaria, el control inflacionario y la competitividad externa. Si uno de esos pilares flaquea, la calma cambiaria podría perderse.

En definitiva, la baja momentánea del dólar mayorista no constituye el fin de la historia, sino el inicio de una fase clave en la que se pondrá a prueba la armonía entre intervención externa, política cambiaria interna y expectativas de mercado. El éxito del esquema dependerá de su capacidad para transitar esa fase sin generar desequilibrios mayores.






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